SOBRE LA IMPOSIBILIDAD DE UNA SOLUCIÓN CONCILIATORIA, DE PARTE DE LA CASA BLANCA
Oscar Viloria H
(Enero, 2007)

La historia de la humanidad no enseña que la población mundial ha permanecido atada a subsecuentes estructuras y superestructuras de poder (modos de producción) que han perpetuado en el tiempo la inequidad en la distribución del bienestar material y las desigualdades sociales consecuentes.

Siempre, sin importar el modo de producción preponderante, un contingente mayoritario de la población mundial ha percibido una contraprestación material de subsistencia por su esfuerzo dentro del sistema económico.

No existen registros claros sobre cambios sustantivos en las fuentes de energía y la productividad durante el período de transición entre el esclavismo y el feudalismo. No obstante, las crecientes necesidades materiales de las clases dominantes, pueden ser interpretadas como los factores determinantes que transformaron las relaciones sociales de producción y establecieron los objetivos integracionistas de dominación, las guerras y las invasiones.

El primer cambio desproporcionado en la productividad del trabajo y demás medios de producción que registra la historia lo determinó la Primera Revolución Industrial (máquina de vapor y correa de producción), seguido por la revolución de los transportes.

Contradictoriamente, el aumento desproporcionado de la productividad que se encargo de consolidar al capitalismo como sistema económico dominante vino a profundizar las diferencias materiales entre las clases sociales que convergen en los procesos de producción: los trabajadores y los dueños de los medios de producción (los capitalistas).

La Primera Revolución Industrial vino a ser entonces el fenómeno económico que consolidó, material e ideológicamente, las bases para el desarrollo del capitalismo moderno de nuestros tiempos.

Físicamente, el poder de la nueva tecnología se originaba de la capacidad de transformar elementos simples y abundantes, en aumentos desproporcionados de la productividad del trabajo.

Económicamente, la efectividad de la nueva fuente de energía tuvo su origen en el dominio exclusivo de la nueva tecnología.

Hoy en día, estos fundamentos permanecen intactos. Las patentes tecnológicas y los grandes capitales necesarios para la explotación de los combustibles convencionales, obligan a las naciones donde yacen estos recursos naturales, a otorgar concesiones para la producción primaria, transformación y comercialización de los combustibles, a grandes empresas foráneas.

Es probable que todo cambio esperado en las bases de un sistema capitalista avanzado, de dominación económica intangible, deba apoyarse en un cambio sustantivo de las fuentes de energía convencional.

Será entonces cuando el esfuerzo observado por algunas economías para dominar y así garantizar un flujo creciente e ininterrumpido de los combustibles convencionales y de su excedente de explotación, no vuelva a encontrar su justificación en el valor de uso de la materia prima como una fuente de energía primaria.

La agresión siempre encontrará su fundamento en las consecuencias geopolíticas y económicas que originaría para las economías dominantes, la globalización de una nueva “plataforma energética”, de dominio tecnológico irrestricto. En otras palabras, una base objetiva para un nuevo paradigma.

La producción y uso globalizado del gas, al parecer, representa un riesgo potencial para la estabilidad del sistema capitalista mundial y, posiblemente, el punto de partida hacia una esperada reconversión tecnológica en el proceso de transformación de las fuentes convencionales de energía primaria, sustentada económicamente en la futura propiedad social de la tecnología y de los elementos primarios necesarios para su generación: la luz solar, el agua y el viento.

En consecuencia, las revoluciones políticas, económicas y sociales se traducen en un riesgo para la estabilidad del sistema económico dominante, el capitalismo moderno, cuando pretenden revolucionar la esencia material de la dominación económica y geopolítica, histórica.

Esto es, el dominio tecnológico y explotación exclusiva, por parte de las grandes empresas foráneas, de las fuentes de energía primaria y de los combustibles convencionales.